El concepto de familia es el mismo, y ese permanece inalterable en el tiempo. Lo que cambia son las formas y los componentes de la misma. Hoy en día aparecen nuevos integrantes que históricamente no tenían cabida (nuevas parejas de los padres, hijos de las nuevas parejas…) y su localización geográfica se dispersa (la casa de papá, la casa de mamá…). Aún con todas las particularidades que en cada situación se crean, seguimos hablando de ella, de la familia.
Cuando hablamos de la familia, podemos decir que ésta es el núcleo de nuestra sociedad y que su importancia es vital para el sano desarrollo de todos los seres humanos. Lamentablemente, existen circunstancias que, en ocasiones, escapan del control emocional y racional de los cónyuges y la separación y/o divorcio, se convierten en medidas necesarias que pueden evitar un mal mayor cuando la relación de pareja se ha vuelto demasiado conflictiva, tiene repercusiones graves sobre los hijos y, se han agotado todos los recursos por solucionar la situación.
Cuando dos personas deciden separarse, cualquiera que sea el motivo, ocurren una serie de hechos que suelen ser incómodos. En medio de todas las cuestiones legales y de la vivencia emocional de cada miembro de la antigua pareja, existe otra situación a la que muchas veces no se le da la importancia suficiente y que requiere de un adecuado manejo para sobrellevarla: la vivencia que los hijos están teniendo de esta separación, pues son las principales víctimas de todo proceso de ruptura.
Cuando ocurre una separación, los hijos experimentan una especie de duelo, por la pérdida de la vida con los padres juntos y por la ruptura de la estabilidad familiar, con todo lo que esto implica, además de la amplia gama de sentimientos que se producen. Los hijos pueden experimentar sentimientos de culpa por la percepción de que ellos pudieron ser los responsables de que sus padres se separaran, situación que en muchos casos se presenta por el señalamiento de alguno de los padres o de ambos hacia el hijo “que con sus comportamientos hizo que su papá o mamá se fuera”. También pueden experimentar rabia ante alguno de los padres o ante ambos por lo que está viviendo, así como impotencia por la sensación de no poder hacer nada para evitarlo y, por supuesto tristeza ante todo lo que está presenciando. Otros pueden encerrarse en sí mismos como parte de un mecanismo de defensa contra el daño que la separación le ocasiona, o pueden mostrar rebeldía, fallos en la escuela… Sin embargo, no todos los niños reaccionan de la misma manera, lo que depende fundamentalmente de sus características personales y de cómo se esté manejando la situación de separación o divorcio.
Los niños pueden creer que son la causa del conflicto entre sus padres. Muchos niños tratan de hacerse responsables de reconciliar a sus padres y muchas veces se sacrifican a sí mismos en el proceso. La pérdida traumática de uno o de ambos padres debido al divorcio puede hacerlos vulnerables a enfermedades físicas y mentales (psíquicas).
Los padres deben percatarse de las señales de estrés persistentes en sus hijos. Estas señales pueden incluir la falta de interés en la escuela, por los amigos e incluso en la búsqueda de hobbies y entretenimientos. Otros indicios son el dormir muy poco o demasiado y el ser rebeldes y argumentativos con los familiares.
Se ha comprobado que es preferible para la estabilidad emocional de los hijos, unos padres separados pero felices a unos padres juntos pero que viven peleando, sin llevar ninguna relación de amor. Ellos llegarán a entenderlo, si es bien manejado e incluso podrán llegar a asumirlo como una experiencia más de su vida que los hará crecer como personas. Sin embargo, para que los hijos puedan comprender la separación y adaptarse poco a poco al nuevo estilo de vida, es importante considerar varias recomendaciones generales para el manejo efectivo del mismo:
– Es muy importante mantener una actitud abierta y clara.
– Explicar sinceramente (sin detalles dolorosos) lo que está pasando y porqué.
– No hay que culpar a nadie y mucho menos a los hijos.
– Hablar con ellos en el momento apropiado.
– Estimular a que pregunten lo que deseen y contestarles con sinceridad, teniendo en cuenta su edad, capacidad de compresión y sus características personales.
– Se les debe permitir expresar sus sentimientos ante el divorcio y que sepan lo que sus padres están sintiendo también.
Los niños tienen el derecho de ver y estar con sus padres cuando así lo deseen, así que no deberá prohibírsele el poder hacerlo. Se debe conversar y llegar a un acuerdo acerca del régimen de visitas, vacaciones…y por supuesto también deben acordar mutuamente las normas a señalar en ambos hogares para que no existan confusiones. Por todo esto, se debe tratar de llevar una relación respetuosa entre ambos, no expresar cosas negativas del otro delante del niño, y nunca utilizar al niño como mensajero, ni para obtener beneficios propios, ni para interrogarlo intentando explorar qué hace o deja de hacer el otro; Tampoco hay que amenazar a su hijo como un castigo a su comportamiento, con llevarlo o dejarlo con el otro progenitor. No sometan a su hijo a la difícil situación de escoger con qué progenitor quiere quedarse, esto genera angustia y sentimientos encontrados.
Los niños han de saber que su mamá y su papá seguirán siendo sus padres aún si el matrimonio se termina y los padres no viven juntos. Las disputas prolongadas acerca de la custodia de los hijos o el presionar a los niños para que se pongan de parte del papá o de la mamá les pueden hacer mucho daño a los hijos y puede acrecentar el daño que les hace el divorcio.
Durante todo este proceso de separación, los hijos necesitarán más de cada uno de sus padres, por lo que hay que compartir el mayor tiempo posible con ellos y mostrarles que el cariño que sentimos por ellos no cambiará. No hay que llenarlos de cosas materiales para tratar de llenar espacios de afecto y no sentirse culpables, pues los padres en ese no les hacen ningún bien a los niños.
También es importante que no fomenten las fantasías de reconciliación que pueden tener sus hijos, si su decisión es definitiva, hay que hacérselo saber para que ellos puedan terminar de cerrar su proceso y comprender la situación. Es decir, comenzar con el proceso de superación del duelo.