Un caso muy reciente me ha hecho reflexionar acerca de los motivos que nos llevan a contraer matrimonio… El primero y principal debemos defender que es el amor, pero de tan obvia y esperanzadora defensa, no debemos caer en la negligencia de olvidarnos del resto de motivos.
El negocio es la segunda causa más común que se nos puede venir a la cabeza, pero de tan devastadora y desesperanzadora afirmación en la conciencia de la raza humana, debemos pasar a otro de los motivos rápidamente, ya que, sin ser ajenos a la realidad de que hay personas que se casan por puro y simple negocio, suele ser evidente cuando nos encontramos en una de esas situaciones.
Los motivos que me llevan a escribir esta entrada, y a aligerar mi alma por haber somatizado un caso, son la reflexión de si debemos admitir como válidos los dos siguientes motivos, que muchas veces van de la mano.
Rutina y compasión.
Una pareja que tras muchos años de noviazgo, o convivencia, decide dar el paso de casarse, no está exenta de hacer la valoración emocional y jurídica sobre si realmente están preparados para contraer verdaderas nupcias. Es decir, y hablando en términos esta vez eclesiásticos, debe realizarse la valoración cognoscitiva acerca de las capacidades de cada uno a la hora de contraer. Esto en castellano significa que, si bien debemos ser consecuentes con nuestros propios actos, debemos valorar antes de contraer matrimonio si estamos verdaderamente capacitados para ello.
Hay que tener en cuenta que por mucho amor que nos tengamos, si no compartimos un proyecto de vida en común con la persona que nos debe acompañar durante el resto de nuestra vida (vocación de estabilidad y/o perpetuidad del matrimonio), ese matrimonio tiene sus días contados.
La rutina no puede ser un motivo válido. Ya llevo unos años con esta persona, y lo que toca es casarnos. La presión social por acomodarse a las normas tampoco. ¿Y la boda para cuando?. Un matrimonio es una decisión personal de dos, y de nadie más. Por mucho que intervengan otros factores sociales o ambientales, la decisión de contraer es de dos, y ni siquiera de tres cuando hay hijos. De dos.
Si no lo quieres, difícilmente te podrás adaptar. Si no la deseas, difícilmente podrás convivir con ella. Así de sencillo. Pero los humanos nos gustan los desafíos, y luchamos contra nuestros propios principios.
La compasión a la hora de decidir un matrimonio, sólo generará más dolor en la otra parte. Si estás a tiempo de replantearte la situación, piensa si obligarías al otro a estar a tu lado sabiendo que no compartes con él más que el bagaje de lo vivido en común. El matrimonio no es cargar una mochila llena de bonitas fotos. El matrimonio es querer hacer fotos nuevas todos los días. Que cada día sea nuevo aunque sea rutinario. Como decía el otro, bonito eufemismo cuando no sabemos a quién citar, ¡bendita rutina!.
Ni siquiera los hijos deben convertirse en el motivo único del matrimonio. Unos hijos de unos padres separados que se llevan bien, estarán emocionalmente en mejor situación que los hijos de un matrimonio donde no hay amor, o los hijos de un matrimonio fracasado en el que una de las partes guarda un extraordinario rencor al otro.
Si te casas con el divorcio en la mente, déjaselo claro a tu pareja, pues algo tendrá que decir en el asunto que directamente le incumbe.
Es que las invitaciones ya están enviadas… DIVORCIO
Es que ya está publicado en Facebook… DIVORCIO
Es que cómo vamos a dar ese disgusto a la familia… DIVORCIO
Es que es lo que esperan que haga… DIVORCIO
Y en las que no sea así, hay que cambiar la palabra divorcio por la palabra sufrimiento de uno de los dos (cuando no de los dos).
¿No se lo podía haber planteado unos días antes de casarse, y no unos días después?.